La máquina vuelve a atascarse. Ya estoy cansada de avisar a ingeniería, cansada de que me digan que se ocuparán del problema mientras pasan los días.
Llevo tanto tiempo que he acabado colocando una arandela entre los topes de la pinza que soporta la pieza que fabrica esta máquina que opero desde hace más de un año –llevo 6 años de operadora de máquinas de montaje en esta empresa de componentes del automóvil.
Entro a la máquina por la puerta del vallado para volver a colocar mi arandela de 20mm en su lugar. Cojo al entrar el precinto que reservo para sujetarla de nuevo mientras busco con la mirada la arandela entre los mecanismos del manipulador parados al abrir la puerta.
Veo brillar en el suelo la arandela mojada: me agacho en una postura inverosímil pero familiar para mí, alargo la mano, estiro los dedos entre los hierros fríos hasta que consigo tocarla, cuando…
… de repente oigo detrás de mí el chasquido de la puerta cerrándose y, antes de poder incorporarme, oigo el click del rearme dentro del armario eléctrico. No he acabado de retirar la mano cuando los pistones neumáticos, silbando ligeramente, comienzan a cerrar el paso a mi mano que se retira del peligro como una exhalación ¡mi dedo!
Mientras reacciono, noto un quemazón en mi pulgar, y al retirar el cuerpo, mi cabeza golpea algo duro. Con la otra mano, golpeo con fuerza la puerta sin soltar el rollo de precinto. La puerta cede a mi empuje y se abre. Los silbidos de la neumática se detienen mientras oigo el último suspiro del aire comprimido exhalando por la válvula de seguridad.
Me miro la mano: sigue con cinco dedos y, aunque se dibuja una raya roja en mi pulgar, me hacen caso todos los dedos: se mueven armoniosamente (¡sólo tengo un corte en un dedo!).
Salgo de la máquina y, mientras me froto la cabeza (¡vaya chinchón!), miro la cara desconcertada de mi compañero que consigue balbucear: No sabía que estabas dentro...
Ahora lo entiendo: El había visto la puerta cerrada (como siempre, ni se fijó en mi ausencia) y, extrañado de ver la máquina parada, la puso en marcha.
Junto con la alegría de haberme librado de una pérdida irreparable, sentía la certeza de que era solo cuestión de tiempo que volviera a ocurrir lo mismo.
Tras ocuparse ingeniería por fin del problema y evitar la necesidad de poner la arandela dentro de la máquina, me propuse encontrar una manera de conseguir que no se pudiera cerrar la puerta sola, sin querer mientras alguien estuviera dentro. Encontré la solución en Safework: Zapo.
Con el pestillo Zapo, la fuerza de la gravedad asegura que la puerta no pueda cerrarse involuntariamente. Cada vez que se abre la puerta, el pestillo Zapo cae, trabando la hoja de la puerta en posición abierta, a modo de pestillo saliente. Así, impide que se cierre de nuevo sin querer, porque exige un gesto manual que lo levante de nuevo para permitir cerrar la puerta.
Ahora, aunque alguien entre en la máquina para resolver una incidencia, estaremos seguros de que no se pondrá en marcha hasta que salga y cierre la puerta, porque Zapo tiene varios alojamientos para condenar mediante candados la puerta abierta, impidiendo que la máquina pueda ponerse en marcha.
Vosotros también podéis encontrar el Zapo aquí. Un saludo!